Los recuerdos queman, abrasan, se quedan en tu piel esperando porque saben que nunca serán quitados de ahí. Te consumen la piel dejando la marca irreversible de su momento. Ese que vivieron y quieren que no quede en el olvido. Y no es una de las quemaduras que no duelen, porque duele. Pero es un dolor en el que buscas sin éxito saborear de nuevo el momento. Sentir que esta ahí, que es tuyo, que puedes cerrar los ojos y tocarlo para estar de nuevo ahí y poder sentir sus labios acariciando tu piel de nuevo, como si nunca se hubieran ido. Pero cuando de verdad te crees que es real, de nuevo la oscuridad, y una voz realista que te dice que te apartes, que lo superes, que no esta ahí, que es pasado, amargo, odioso e inflamable. No sueles escuchar. Vives de los recuerdos una y otra vez. Te alimentas de ellos para volver a sentirte viva. Pero mientes, lo saben todos, a los dos días el recuerdo se marcha y vuelves a tu pozo. Pero el nunca se marcha. Sabes que quieras o no, el si es real y tu cosquilleo cuando lo ves es demasiado real para no sentirlo. Lo evitas pero llega de nuevo el recuerdo, sonríes como una idiota y permites que te manipule, porque sabe que puede, que duele pero puede manejarte como una marioneta. Es su poder. Tu misma se lo entregaste. ¿Porque no escuchas de una vez y caminas para adelante? Borra todo lo que queme, lo que duela. Retira el recuerdo antes de que haga la herida, hazlo por ti, por tus amigas dolidas de verte así pero, sobre todo, por ti.
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